Por Roberto Falcone (h)
Y si Lionel, te estaban esperando. Los que ganan en todo te estaban esperando para decirte fracasado, pecho frío, apático y cosas por el estilo, sin importarles que estamos acá por vos. Porque si vos no hubieses estado, quizás hoy el Mundial sería una fiesta de otros, tal como pasa acá cerquita, en un vecino país. Contra Croacia no fue tu día, y tal vez este no sea tu mes, pero quién puede negar que hace diez años sos el mejor en lo tuyo. Si, un argentino es el mejor del mundo en lo suyo, ¿cuántos hay? No quiero ser injusto con nadie, pero seguramente muy pocos.
Ahora bien, el oficinista gris que cosecha varios fracasos en su vida personal no tolera que te pase a vos, lo ponés de malhumor. Tampoco tolera que tu compañero Higuaín se erre un gol en una final porque “hasta él lo hacía”, siendo que nunca en su vida pateó una pelota con mínima seriedad, a pesar de que le hubiera gustado mucho.
Lamentablemente te tocó nacer acá, en esta tierra de genios pero también de mucha frustración y despiadada hostilidad. Existe la posibilidad de que algún día te hayas arrepentido de jugar para nosotros y se haya cruzado por tu cabeza la idea de los sinsabores ahorrados si te hubieras puesto la camiseta del país que te acogió desde temprana edad. Ahí, probablemente, al verte brillar en rodeos ajenos te hubiésemos llorado silentes, maldiciéndonos por tu ausencia.
Por suerte alguna vez nos elegiste y estás acá, con nosotros, sufriendo mucho y gozando poco en un equipo que, huelga decirlo, depende absolutamente de vos. Si no estás, si no aparecés, no tenemos norte, estamos a la deriva.
Porque también somos por propias incapacidades –vaya paradoja- mesiánicos como pocos, y eso cuando se traslada a un deporte colectivo hace estragos. En suma, ya con tres décadas de vida y en momentos en que la carrera de un futbolista comienza a dejar atrás sus años de plenitud, el balance de quienes te admiramos, valoramos y respetamos sólo puede ser uno: nada para pedirte, todo para agradecerte. Puede que algún día caigamos en la cuenta de que nunca te merecimos y que hayas sido, como gráficamente expresó hace pocos días un periodista español, “un Velázquez colgado en la cocina”.